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Son diez los dedos de las manos;
los mandamientos, que no he cumplido;
los desencantos, que escuecen
de servidumbre, en los ojos,
hartos de rabia y de delincuencias ajenas
Quise deciros, AMO...
y se me escapó, entre el aliento y la palabra,
una locura irreverente que me embadurnó de pena
Abrazé la oscuridad profunda..., pero sin fe;
descubrí aquel rincón centrípeto
en donde soslaya sus mentiras, la memoria
Y si acaso crucé algún río innavegable, hacia la muerte,
debo admitir que nunca supe remar con ambos remos :
siquiera hubiera llegado así, y a duras penas,
a disolverme gota en el mar
Pero era inevitable:
la magia me arrastró, con un oleaje de coincidencias
hacia la placentera cuna de mi propio origen
Allí soñé...
Rosa Iglesias.
7 mayo 2012